lunes, 21 de noviembre de 2011

21 de noviembre





    A mi abuelita...


    Como cada 21 de noviembre me he levantado recordando que hoy es su cumpleaños, a pesar de que soy olvidadiza para las fechas, cosas de mi memoria selectiva. 106 años, me han dicho, ¡qué barbaridad!. Tenía que dedicarle este blog.

    No era la típica abuela de achuchones y besos a todas horas, pero bastaba con sentarse a su lado para apreciar el amor que profesaba por los suyos. Un rato junto a su sillón significaba un momento de paz porque podía sentir como me envolvía su halo de protección. Era el pilar afectivo de mi extensa familia, a la que mantuvo siempre unida a su alrededor, adorada por todos y cada uno de sus miembros. Admirable la dedicación a su familia. Estaba informada de todo aquello concerniente a sus descendientes, incluso de lo que cuidadosamente se le ocultaba, pero sin llegar a entrometerse en las vidas ajenas, simplemente se preocupaba por la felicidad de cada uno de nosotros. Tenía una psicología extraordinaria que proyectaba en el trato, haciéndonos sentir importantes y especiales, por lo menos para ella, lo que adquiría validez por encima de todo. Era un ser excepcional mi abuelita.

   Tenía todas las virtudes que se le puede pedir a la perfección, haciendo que sus defectos -defectillos- pasaran desapercibidos, por eso recordamos su fuerte carácter entre risas. Siempre atenta y dispuesta a escuchar, regalando consejos y palabras amables. Era sabiduría. Capaz de mantener una conversación sobre cualquier tema, deportes, política, geografía, ciencia, literatura, historia, daba lo mismo, porque estaba al día de todo, porque todo era de su interés. A quienes tuvimos el placer de conocerla no nos sorprende que le gustaran las películas de artes marciales y que de joven hubiera querido ser una cantante para la que tenía su propio nombre artístico, "la uribina". Era entrañable. Tenía un humor inteligente digno de una mente privilegiada como la suya. Y con una memoria a veces abrumadora, se acordaba de todas las fechas importantes sin necesidad de apuntarlas.  Un ser excepcional mi abuelita.

    Jugó un papel muy importante en mi vida, por eso su ausencia dejó un vacío que he aprendido a rellenar con los recuerdos, algo nada complicado ya que tuve el privilegio de gozar de su compañía durante todos los veranos de mi infancia y adolescencia, además de otros muchos encuentros y las frecuentes conversaciones telefónicas. Sigue siendo importante en mi vida, por eso me encomiendo a ella en los momentos difíciles buscando su respuesta desde el cielo, donde estará con toda seguridad, recibiendo siempre la serenidad necesaria para afrontarlos.

    Un ser excepcional mi abuelita, incluso desde allá arriba.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Otoño





    El otoño es un periodo de transición entre las soleadas y relajantes vacaciones de verano y la época de Navidad, con sus millones de bombillas iluminando el mundo entero. Si la primavera es vida, una explosión de colorido, un tiempo para el amor y la revolución de las hormonas, en otoño todo parece dejarse morir. Los árboles se desnudan, el sol desaparece para abrir paso a la lluvia y mueren los colores tornándose todo de una luz grisácea y empobrecida. Nuestra piel recupera su estado natural, libre de bronceados. Los días son más fríos y húmedos. Los armarios se vuelven aburridos con sus ropas oscuras y monocromáticas, vivo reflejo de nuestras vidas otoñales. Es una época en la que vamos entrando en la rutina diaria paulatinamente hasta vernos engullidos por la indeseable monotonía, contra la que hay que luchar sin descanso.

     Nostalgia y añoranza son los días lluviosos de otoño. Nostalgia de momentos felices revividos por el subconsciente. Añoranza por aquéllos que ya no están presentes. O que sí lo están pero a demasiada distancia. Como caen las hojas al son del viento, así danzan las imágenes del pasado. Como las gotas de agua resbalando de las nubes, así se desploman los recuerdos. Y mientras observo la lluvia a través de la ventana me sumerjo en los charcos de mi mente.


    El otoño me entristece. Con el aroma a castañas asadas aparece la melancolía vestida de calabaza. Quizás sea por esa necesidad mediterránea de sentir los rayos del sol a diario. Entonces sólo he de esperar a que deje de caer la lluvia, que traerá consigo tiempos de luz primaveral.