jueves, 5 de abril de 2012

Granada de Semana Santa







    Por estas fechas me gustaría andar por Granada. Y cuando digo andar me refiero precisamente a eso, a callejear. Es un lujo recorrer sus calles bajo la atenta mirada de la Sierra, vestida de blanco para la Semana Santa. Programa en mano, calcular el punto perfecto y la hora idónea para intentar ver pasar cada una de las procesiones, siempre con el beneplácito de la lluvia, que este año, más que hacer acto de presencia, decidió instalarse en la ciudad. Y no es de reprochar, pues quién no querría estar en Granada un Jueves Santo... 

    Todas las procesiones tienen su encanto y cada una de ellas merece la espera en un punto especial. Aquélla por la espectacular salida de su Iglesia, otra por la expectación que provoca su llegada, aquélla otra por el inigualable marco de su recorrido... Podría enumerar miles de rincones alejados de las tribunas que suelen desvirtuar la solemnidad de los Pasos. Y tantos otros todavía por descubrir. Y lo realmente hermoso de esta ciudad es su capacidad de hacer cercana su Semana Santa a pesar de la aglomeración de gentes venidas de todas partes, a las que dan cabida sin remilgos sus habitantes.

    Un lugar privilegiado, aunque masificado, es la puerta de la Catedral. Un momento sin igual es estar medio encaramada a su verja principal observando con detalle la ornamentación de las sobrias tallas, de un valor incalculable, cuando se detienen justo a las puertas del Templo cogiendo el aliento suficiente para entrar triunfantes al son del himno de nuestra patria. Un momento de oración y júbilo en una perfecta interpretación del significado de la Semana Santa.

    Engalanada de un aroma inconfundible, huele a incienso una Granada con la huella incrustada de los cirios. La ciudad se mueve con el paso lento e inagotable de los cofrades, a golpe de tambor. Las cornetas se mezclan con el gemir de zapatillas costaleras y el sollozo de cadenas penitentes. Y al anochecer, cuando las tulipas comienzan a descubrir palios vestidos de bellísimos mantos bordados, aparece la Alhambra para permitir orgullosa el desfile de capirotes por las calles que cree de su dominio. Observando emocionada desde lo alto se arranca en aplausos con cada levantá, con cada revirá y con cada saeta que se descuelga de los balcones en aparente espontaneidad. Y sobrecogida por la perfección de cada movimiento y de cada parada, se cubre con su túnica de luz para danzar al son de la tradicional mecida de los Pasos.

    Por estas fechas me gustaría andar por Granada y contagiarme de la devoción de su Semana Santa...