domingo, 12 de diciembre de 2010

Deuxième jour

                                                           (lo peor que le puede pasar a un croissant - parte II)

¿Ville Lumière o Villa de Madrid?

   Me despierto temprano pensando en que hay que hacer las reclamaciones oportunas, poniéndome manos a la obra inmediatamente. Escribo en mi pequeña libreta que he destinado a este viaje a modo de diario. Una vez se han levantado todos, desayunamos con tranquilidad organizando el timing del día para llegar puntuales al aeropuerto, pues después de lo ocurrido ayer tenemos que ser precavidos y facturar con exagerada antelación. J enciende la tele para enterarnos de cómo ha acabado esta historia pero, para nuestra sorpresa, la militarización de las torres no ha puesto fin a la guerra abierta entre controladores y Gobierno. El espacio aéreo seguirá cerrado durante prácticamente todo el sábado y hablan de decretar el estado de alarma.

   Au revoir, París...

   Las noticias son confusas y yo ya no tengo ganas de que jueguen con mi tiempo de ocio. Ya he perdido un día y no quiero perder otro día más. C y N también quieren ir a Madrid cuanto antes, así que organizamos el viaje. J, S y A prefieren el cambio de fechas, entre otras razones, porque el importe que nos van a reintegrar una vez restadas las tasas supone la ridícula 1/4 parte de lo que hemos pagado en total por el billete, hay que pagar la estancia íntegra del apartamento y nos "comemos" las tarjetas de transporte y los pases de los museos. Pero esta opción yo no puedo ni quiero contemplarla. Me voy a Madrid con el presupuesto asignado a la estancia en París y esperando que surta efecto la reclamación a AENA de todas las cantidades perdidas. Aunque tratamos de convencerlos para que vengan con nosotras, ya han decidido quedarse en Barcelona. En cualquier caso tenemos que acudir en grupo al aeropuerto para obtener los justificantes necesarios para las oportunas reclamaciones.

   Comemos todos juntos, la mitad del grupo acogiéndose a las noticias que apuntan a la inminente apertura del espacio aéreo, la otra mitad con la mirada puesta en Madrid. Nos dirigimos al aeropuerto con nuestros equipajes como el día anterior. ¡Qué situación más absurda! En las pantallas aparecen todos los vuelos cancelados, así que ya no hay duda de que se acabó París. Buscamos a la tal María de Air France, de la que descubrimos se apellida Hermosilla, quien deja su mostrador de facturación y se acerca a alentarnos con la posibilidad de volar en un par de horas. Yo ya no quiero escuchar porque estoy cansada de huelgas aeroportuarias, pero aún así espero con el resto del grupo que, a diferencia de mí, parece no haber perdido la ilusión. En las pantallas ya ni aparecen los vuelos, únicamente el logo de AENA. ¿Para qué, si no saben lo que se está cociendo en sus torres de control?

   Gracias a nuestro ángel de la guarda el viaje a París es una realidad. Nos factura en el vuelo de las 19:30H, tiempo justo para que C y N vayan a dejar el coche en casa y recojan las cartas de museo y las tarjetas de transporte que en la mañana nos parecieron innecesarias, J y S coordinen con sus familiares la recogida de su coche en el parking del aeropuerto, y A y yo compremos una pashmina a María Hermosilla, de la que nos acordaremos a menudo en París.

   París, allá vamos. O eso parece.

   A las 18:40H, hora en que ya ha comenzado el embarque de nuestro vuelo, volvemos a reunirnos los seis en la puerta del aeropuerto y empieza la carrera por la teminal hasta nuestra puerta de embarque, pasando por el arco de seguridad donde hay que volver a "desnudarse". Todos creemos tener un dejavu, sólo que ayer todo era más pausado y hoy el tiempo apremia. Otra vez me admira la organización de este equipo que, a pesar del estrés de la situación, consigue embarcar en hora incluso habiendo comprado unas botellas de agua, ido al wc y entregado el regalo a la que a bautizamos como Marie Formosille. Y todo con un humor excelente.

   Descendiendo a nuestro destino comienzo a ver las luces de la ciudad que se dibuja perfectamente en la oscuridad de la noche. Puedo distinguir la Torre Eiffel entre el mar de calles y avenidas. Ojalá mi miedo a volar me dejara disfrutar del momento, pero en mi cabeza sólo tengo la idea de que quizás mi destino es no conocer la ciudad que tanto he soñado y sólo deseo que el avión aterrice de una vez. Quince eternos minutos después ya estamos esperando nuestras maletas.

   El trayecto en taxi hasta la Rue des Saussaies número 5 es emocionante, reconociendo edificios que he aprendido en libros y reportajes televisivos. Llegamos al apartamento, que afortunadamente sigue siendo nuestro, pero tenemos que esperar durante media hora a los de la agencia para la entrega de llaves y demás formalidades. No podemos llamarlos para decirles que ya hemos llegado porque es vergonzoso el mareo que les hemos provocado por culpa de los controladores: ahora no vamos, ahora sí, ahora no lo sabemos, ahora parece que sí, ahora que no, que sí, que sí, que sí...

   El apartamento es perfecto y la situación magnífica. ¡Estamos a una esquina de la residencia de Sarkozy, rodeados de agentes de seguridad y escaparates de tiendas de la talla de Prada o Hermés! Parece que nuestra suerte empieza a encauzarse y para celebrarlo vamos a dar un paseo por Champs-Élyseés, que a mí me parece de una belleza inigualable con todos los puestos de madera iluminados esperando la llegada de la Navidad. Acabamos cenando en una brasserie y nos estrenamos con una croque madame, una delicia para nuestros estómagos vacíos, aunque no volveremos a comerla en el resto del viaje. Hace frío, tanto como para que se empañen los cristales de nuestras gafas, pero todos confiamos en la acogedora calefacción del apartamento y el paseo se hace agradable, eso sí, a paso ligero.

   El día ha acabado estupendamente y ahora toca darse una ducha calentita, repartirnos en las tres camas -A y yo elegimos el sofá cama que es más incómodo pero tiene tele- y planificar la ruta del día siguiente, que constará de un paseo por los lugares más típicos de la ciudad. Me echo a dormir dando gracias a Dios por poner a María Hermosilla en nuestro camino. Bonne nuit!

En mitad del silencio se oye gritar a A: ¡Esa luuuuuuuuuuuuz! Con farolas así, ¿cómo no se va a llamar ville lumière? 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ostras, qué fuerte la iluminación de las farolas por la noche! Ojalá estuvieran así de iluminadas en Barcelona, o al menos en mi calle. Es que estamos de un "probre"..

Arange.

B. G. R. dijo...

En mi calle tampoco estaría mal un par de farolas como ésas. ¿Te acuerdas cuando N quería apagarla lanzándole la "piedra relax"? Al final decidió optar por enganchar las cortinas con una pinza del pelo que, conociéndola, seguro que C no ha vuelto a ponerse.

Anónimo dijo...

JAJAJA, es que somos de un fisno, oye!
La verdad, es que esas farolas dieron un poquito por culo. ¿Te dije que un día me despesté de madrugada pensando que ya era de día por la puñetera luz de la farola??
Si es que, era el barrio de Zarkozy.

Arange.