viernes, 17 de diciembre de 2010

Cinquième jour

(lo peor que le puede pasar a un croissant - parte V)


Día de infortunios:

   A las 06:45 am suena la alarma de A. Ha estado sonando un buen rato y, por lo visto, he sido un poco desagradable cuando le he ordenado apagarla de forma un tanto despótica. Hoy la primera es C, en ducharse digo, porque en pasar por el inodoro es A, que se ha colado como siempre. Tres cuartos de hora más tarde de lo previsto ya estamos todos sentados en la cafetería de enfrente del apartamento. Sólo hemos tenido que cruzar la calle pero ya hemos notado el frío en nuestros cuerpos. El cielo está completamente cubierto y las nubes amenazan con romper a nevar de un momento a otro. "Ayer también decían que iba a nevar" dice N y el resto esperamos que las predicciones sean tan acertadas como en el día anterior. Hoy es el segundo día de museos, así que el desayuno se alarga lo suficiente como para poder completar nuestra apretada agenda. S se ha dado cuenta de que mojando el pain au chocolat en el café, un solo trago basta para beber el líquido restante. Es una buena idea, pero prefiero no estropear mi delicioso croissant.

   Nuestro primer destino es el Musée d'Orsay, una antigua estación de ferrocarril habilitada como museo, que reúne grandes obras impresionistas. Pintura e Impresionismo, dos variables idóneas para un conjunto perfecto. No hay que hacer cola, la suerte está de nuestro lado. Tenemos dos horas para recorrer todas sus salas y, aunque parece insuficiente, recordemos que el Louvre lo recorrimos prácticamente en el mismo tiempo. Consta de una sala principal diáfana presidida por un enorme reloj del siglo pasado que, lejos de apresurar al visitante, se muestra impasible para detener el tiempo. Nos encontramos con varios inconvenientes: primero la nueva prohibición de fotografiar, que nos saltamos a la torera,  en segundo lugar la rehabilitación de la planta superior a la que no podemos acceder por más que lo intentamos y por último, el mayor de los infortunios, la colección de Monet se ha visto reducida a la mínima expresión por traslado de su obra, que se expone estos últimos meses en no sé qué museo, me huelo que en Madrid. Estos obstáculos no me impiden deleitarme con las bailarinas de Degás, las bañistas de Renoir, los bodegones de Cézanne, los retratos de Manet, las pinceladas de Van Gogh, las tahitianas de Gauguin, los cabarets de Toulouse Lautrec, Matisse, Pissarro, Corot, Delacroix... ¡qué maravilla de colección! El contraste en sus coloridos, luces y sombras perfectas, detallados paisajes, el puntillismo... ¡qué placer para mis sentidos! Me sorprendo a mí misma alelada ante un limón al óleo que me resulta de una perfección absoluta. En una de las salas laterales, cuando decido abandonar la pintura para otorgar los últimos minutos a la escultura, allí en lo alto, como una aparición celestial, un lienzo de 3 metros que sólo puede ser de Sorolla. Me acerco para comprobarlo con la típica excitación del alumno que ha resuelto bien su examen y, efectivamente, "La vuelta de la pesca" de Don Joaquín, mucho más impresionante que sobre el papel de un libro de arte. Me enternece pensar en la sorpresa que hubiera causado a un entusiasta del Maestro del que me acuerdo mucho en este viaje.

   Al salir nos encontramos con S y J que han ido a una tienda especializada en quesos a comprar lo propio para sus familiares. Nos comunican que ha empezado a nevar y la noticia nos enloquece. "Ya que hace tanto frío, por lo menos que veamos la ciudad blanca" digo yo, a lo que C me contesta que no hace tanto frío porque si nieva es porque estamos a cero grados, algo que ninguno nos atrevemos a rebatir dado que la fuente proviene de una habitante (que no habitanta) de un gélido pueblo catalán y debe conocer los fenómenos atmosféricos mucho mejor que nosotros.  Con la emoción, hemos perdido otra media hora haciendo fotos, pero merece la pena porque en nuestra ciudad escaseamos de estos regalos invernales. Y es que Barcelona se ha olvidado de nevar y cuando se toma la liciencia de recordarlo pasa lo de este último año.

   Ahora toca correr, pero decidimos no hacerlo para evitar algún que otro patinazo tonto sobre el hielo. Vamos en metro en busca de Napoleón. El camino desde la salida del metro se hace complicado, pero nos sigue divirtiendo pasear bajo los copos, cada vez más grandes, y lo immortalizamos todo a pesar de que empieza a ser inaguantable sujetar cámaras y móviles con las manos desnudas. Llegamos a Les Invalides, un palacio soberbio, real capricho de Luis XIV -de Francia, se entiende-. La entrada al palacio se ofrece espléndido, con sus jardines frondosos y la gran cúpula dorada teñidos de blanco. Tampoco aquí hacemos cola. El palacio y sus patios son colosales y nos preguntamos cómo aguantarían los veteranos de guerra entre aquellas heladoras paderes. Nuestra nula afición castrense nos obliga a pasar de largo el museo del ejército, que también se halla en su interior. Vamos directos a contemplar el ostentoso mausoleo de Napoléon. Me conmueve que un personaje que se hace construir un sepulcro imperial de este calibre tenga el  detalle de compartirlo con sus hermanos y sus generales, cuyos sarcófagos se repaten por el recinto orientados hacia el centro donde, evidentemente, reposan los restos del protagonista. En la cripta circular se puede observar leyendas de su Código Napoleónico, lo que despierta la curiosidad de cualquier estudiante o licenciado en Derecho, así como las batallas y las hazañas de este personaje, destacando, entre otras, las conquistas españolas, lo que revuelve mi estómago patriota-histórico y me empuja a buscar desafiante el nombre de Waterloo por todas las paredes pero, como era de esperar de este tipo tan arrogante, no aparece. 

  Dejamos el palacio teorizando sobre la personalidad de quienes se hacen construir lugares tan suntuosos. Es lo que tiene viajar con una psicóloga. La reflexión dura poco porque nuestras neuronas empiezan a constiparse y es que es muy bonito ver nevar, pero desde la ventana de una habitación al abrigo de una chimenea. Decidimos ir a comer sin más demora -salvo unas fotos y una guerra de bolas- en el restaurante italiano de la esquina. Quédate con este nombre: "Romantica Caffe". Resulta que el plato star es la siguiente exquisitez a la que nuestros paladares snobs y sibaritas no pueden resistirse: Linguine alla panna leggera di salvia, flambé nella forma di parmigiano. Su preparación es todo arte y, para esta aficionada a la pasta, es el mejor plato que haya probado jamás -claro que no he visitado Italia todavía-. Cómo no, tengo que degustar el tiramisú para otorgar al restaurante la nota global, que desde luego es de matrícula de honor.

   Salimos del restaurante esquivando la nieve deterrida que cae a chorros desde el toldo, directos hacia nuestro nuevo destino: la Tour Eiffel. Podemos pasear con calma porque, aunque hace bastante frío, ahora sólo llueve. Creo haber contemplado la torre desde todas las perspectivas que ofrecen los rincones de la ciudad, además de verla en televisón e internet y ojeado en tantos libros y guías turísticas. De gris o de negro, iluminada de dorado o de azul o de bleu-blanc-rouge, o parpadeando luces blancas ... y, sin embargo, hasta que no te encuentras a sus pies no te das cuenta de la inmensidad de la obra. Un gigante de hierro que empequeñece al visitante demostrando con orgullo la grandeza de esta ciudad. En mi opinión, el tamaño de la estructura es excesivo, de hecho no consigo ver donde acaba porque el tercer nivel y la antena se esconden en una inmensa capa espesa de nubes grises. También los alrededores de la torre quedan minimizados por tan descomunal construcción. Champ de Mars debe ser una maravilla en primavera pero hoy, convertido en un barrizal y solitario el parque entre sus charcos, se ha transformado en un incómodo paseo hasta la base del monumento. Para no desmerecer la visita, nos dedicamos a hacernos simpáticas fotos contando anécdotas de palomas dadivosas que van dejando caer regalitos a su paso y hasta compramos algunos detalles en la tienda de souvenirs, para fastidio de los que nos acosan para vendernos horteras llaveros luminosos. Ni siquiera nos planteamos subir a la torre, pues agarrar una pulmonía sin compensación alguna sería de género estúpido. Como ya he dicho, vistas de la ciudad hoy no hay. A las 17:00H nos subimos al metro que nos lleva por debajo del río para luego salir al exterior destino, a nuestra siguiente visita. Cebándose la suerte con nosotros una vez más, resulta que es justamente a esa hora cuando se ilumina la gran torre y sólo podemos observarla  a través de las ventanas del vagón. Vaya infortunio, pues sólo hace cinco minutos estábamos a sus pies.

   El siguiente destino es el Pantheon, en el barrio latino. Cierran a las 18:00H, así que vamos a paso ligero, recomendable además para superar el frío. Después de callejear, conseguimos llegar a sus puertas a las 17:20H. Se trata de una Iglesia, cuya espléndida arquitectura es de inspiracion romana (Pantheon de Agrippa) y que alberga los féretros de personajes tan ilustres como Victor Hugo, Marie Curie o Émile Zola, por lo que con emplear media horita escasa de nuestro tiempo es suficiente. No obstante nos topamos con un nuevo infortunio: el recinto cierra sus puertas a los nuevos visitantes con cuarenta y cinco minutos de antelación, o sea, que ha cerrado hace sólo cinco minutos. Mientras intentamos convencer en vano al vigilante para que deje pasar por lo menos a J, que es quien tiene verdadero interés en ver sus interiores, comienza de nuevo a nevar como una señal del cielo para que dejemos tranquilo al implacable cancerbero.

   Cabizbajos y ya cansados de tantas situaciones adversas, nos vamos a merendar para entrar en calor y para probar una de esas crêpes blancas que se me ha antojado. Recuperamos el humor y de nuevo nos reímos de nuestro viaje gafado. Decididos a seguir en ruta elegimos acudir a los famosos almacenes antes de volver al apartamento. A se encuentra realmente constipada, mucho más congestionada que en los días anteriores, lógico con el día que ha hecho, y decide irse sola, croquis en mano, para esperarnos calentita en la cama, lo que provoca la preocupación del grupo que conoce de su orientación incluso en Barcelona. Por mi cabeza ronda la idea de volverme con ella para descansar, pero pronto me doy cuenta de que esa idea no es mía sino de mi pie, que piensa por libre.

   Llegamos en metro a los almacenes "La Fayette" donde parece que toda la población ha tenido la misma idea que nosotros. Será porque sigue nevando. O será por el "show chaud" que llena los escaparates con monigotes móviles ambientados en la Navidad que hacen las delicias de grandes y pequeños. Toda una demostración de creatividad que nos entusiasma. Alrededor de los almacenes puedo ver la Opera y otro centro comercial conocido que se llama Primtemps" y que también está vestido de Navidad. Algunas puertas del centro comercial "La Fayette" s encuentran cerradas y en las que están abiertas el gentío forma un tapón que impide el acceso. Nuevo infortunio: hoy "La Fayette" ha tenido para con sus clientes la deferencia de cerrar las tiendas para lo que se debe llamar "día de la venta privada", así que sin invitación no se puede entrar. ¡Cómo se les ocurre semejante estupidez! Lo llevamos diciendo todo el viaje, que estos franceses son muy suyos. No puedo contar si son tan espectaculares como me cuentan ni detallar su famosa cúpula porque no logramos entrar. Después de dar muchas vueltas, conseguimos colarnos en el supermercado gourmet, donde está claro que vamos a comprar regalos para los familiares. Para nuestra tranquilidad, A se comunica con nosotros para informarnos de que ya ha llegado sana y salva. Las compras son un éxito, pero con la lluvia helada que está cayendo ahora no sé si la bolsa de papel va a aguantar todo el trayecto. 

   Ya en la puerta de salida se nos antoja una cena exótica, que no un chino cualquiera, y decidimos volver caminando al apartamento bajo una fina lluvia que ya nos resulta de lo más desagradable. El restaurante debe cumplir dos requisitos para que sea del agrado de todos: sushi y tallarines o arroz tres delicias. Haberlos haylos, pero no que reúna estas condiciones, así que acabamos en el tailandés de debajo del apartamento fiándonos del gusto y clase de la desconocida pareja que acaba de entrar. En el restaurante, que resulta ser todo un tailandés de postín, lo pasamos en grande dando la nota a la española. Nos reímos de todo: del nombre de los platos, del mal humor de la camarera que se empeña en que hemos pedido raciones escasas, del sabor de la comida, del color verde fosforito de la sopa que llevaremos a la enfermita y hasta de la clavada por dos platos de pinchitos de gambas cuyo precio nadie pensó en contemplar. Así, riéndonos de nuestras tonterías, quizás fruto del cansancio, llegamos a nuestro apartamento donde sin pensarlo en exceso nos duchamos y a la cama. Antes de acostarme bajo a fumar un cigarro que, en el silencio de la noche, menos fría que la tarde, y acompañada con el móvil en la mano me da el relax necesario para dormir tranquila.

   01:20am:  mañana me levanto la primera a las 06:45am para hacer mi equipaje mientras el resto se asea y recoge sus cosas. Estoy tan cansada que no me puedo dormir y el pie me da el segundo aviso, está claro que necesita una tregua. "Lo siento chico, un poquito de Arnica y a coger fuerzas porque mañana es el último día y tendrás que funcionar a la perfección". Aunque parezca una locura hablarle a un pie, a veces tratarle de tú me funciona. Ya veremos qué pasa mañana. Bonne nuit!

No hay comentarios: