martes, 14 de diciembre de 2010

Quatrième jour

 
(lo peor que le puede pasar a un croissant - parte IV)


"Es que los franceses son muy suyos":

   A las 06:45 am ya estoy despierta. N se ha levantado dispuesta a ducharse con mucho sigilo, pero es lo que tiene dormir en el comedor, que te acuestas la última y te levantas la primera. Por cierto, A se ha colado en el baño con una imperiosa necesidad fisiológica. ¡Qué capacidad la de esta chica! Remoloneo en la cama esperando mi turno. Una vez preparados, salimos todos juntos a desayunar, cómo no, media hora más tarde de lo previsto. La cafetería de enfrente es perfecta porque tiene un café que despertaría a un muerto. Acabamos con las existencias de croissants y rezamos para que la previsión del camarero para el día siguiente sea más certera. No nos hace mucha gracia la guasa que se trae con sus clientes que nos miran como si fuéramos de alguna tribu extraña. A lo mejor no les gusta que interrumpamos su rutina mañanera, que los franceses son muy suyos. Nos ponemos en marcha después de hacer uso de nuestras uretras y algún que otro esfínter (es todo un detalle cuando el wc del apartamento no tiene ventilación).

   Hoy es día de museos, así que la ruta está cronometrada al milisegundo. Como llevamos la carta de museos comprada con antelación nos evitaremos las típicas colas que hacen perder tanto tiempo. Nos dirigimos en metro a la Île de la Cité donde se reúnen los edificios que todo turista debe visitar y que tantas ganas tengo de pisar. La ciudad está tranquila y hay muchos comercios cerrados. Pronto nos daremos cuenta de que hoy es San Nicolás, así que otra vez llegaremos al aparamento sin agua y sin papel higiénico -quizás podamos tomar prestado un rollo de algún bar, pero con el agua lo tenemos complicado porque las botellas siempre son de cristal, que es mucho más chic-.

   El primer destino es Sainte Chapelle que, por la cola que aguarda a sus puertas, debe ser impresionante. Por lo visto han cambiado las normas y el pass museum no nos acredita suficientemente. Vamos, que hay que hacer la misma cola. Media hora más tarde, permaneciendo en la calle bajo nuestros paraguas y con el frío metido en los huesos, conseguimos acceder a la entrada. En un minúsculo habitáculo  armado con un arco de seguridad, tres tipos enormes y con muy malas pulgas nos hacen desnudarnos como si del aeropuerto se tratara, para a continuación salir de nuevo al exterior y volver a ponerse abrigo, guantes, gorro, bufanda y paraguas. Será porque el edificio comunica con el Palace de la Justice, pero a nosotros nos parece una aberración. Ya lo digo yo, los franceses son muy suyos. El templo es una maravilla, con sus magníficas vidrieras policromadas enmarcadas por bóvedas y columnas teñidas de azul decoradas con pequeñas flores de lis doradas, símbolo de la realeza francesa. Es una pena que no podamos admirarlo en toda su plenitud porque las vidrieras están en proceso de rehabilitación. Resulta tan cómico como visitar el Palacio de Versalles y que hayan cubierto los espejos del conocido salón por el mismo motivo. Una vez fuera se hace necesario entrar en calor, así que nos sentamos en la cafetería de la esquina a beber algo calentito. No podemos demorarnos por nuestra apretada agenda y porque N y yo nos hemos escabullido de la señora que nos pedía cuarenta céntimos a cada una por utilizar los wc más sucios de toda la ciudad. Todavía me dan arcadas sólo  recordarlo.

   La siguiente visita es La Conciergerie. Se trata de un emblemático edificio que hizo las veces de residencia real para acabar siendo una prisón en la que estuvo encarcelada la mismísima Maria Antonieta. En la planta baja hay una exposición de atrezo de cine de época que nos impide admirar los interiores del edificio. Gracias a tan insulsa exposición posamos en grupo en un fotomontaje saludando a Quasimodo mientras un grupo de escolares nos mira con compasión burlesca. La planta superior es más interesante, pues muestra las prisión con todo lujo de detalles y con maniquíes interpretando toda una serie de personajes carcelarios, como si fueran a cobrar vida de un momento a otro, así como la gélida celda de Maria Antonieta y a Maria Antonieta vestida de luto rezando de espaldas al público y las cadenas de Maria Antonieta y... es francamente espeluznante.

   A paso ligero llegamos a Notre Dame, catedral que se erige esplondorosa hacia el cielo, hoy muy gris. En su interior, el canto gregoriano invita a la paz, que no interrumpe ni el murmullo contenido de sus visitantes ni el sonido de las cámaras apuntando hacia lo alto para inmortalizar sus colosales rosetones y el monumental órgano. A pesar de sus dimensiones, Notre Dame invita al recogimiento. Tras recorrer cada rincón de sus tres naves, el doble deambulatorio y su detallados coro y altar, nos reunimos de nuevo para dirigirnos a la parte superior a la que se accede desde el exterior. Antes de salir, un impulso irracional me obliga a cometer un "acto turista": comprar una moneda dorada en una de esas máquinas expendedoras con la fachada principal acuñada en el anverso. Al llegar a la entrada de acceso a las torres de la catedral nos comunican que el pass museum no nos libra de la larguísima cola que espera resignada en la calle. Por unanimidad decidimos partir hacia el siguiente destino, pues hace frío y las vistas en un día plomizo como el de hoy quizás no merezcan dos horas de nuestro valioso tiempo.

   Comemos en un fast food que se llama "Quick" no sé qué, donde las camareras, muy parisinas ellas, no atienden haciendo honor al rótulo del restaurante. Y es que no se puede aligerar si nos corrigen la pronunciación de cada palabra que decimos en su idioma y cuando pedimos una quiche lorraine, un croissant o una botella de eau, nos lo hacen repetir varias veces para comprobar que somos incapaces de abandonar nuestro acento español. Pues eso, que los franceses son muy suyos. Una comida muy quick y muy divertida, por cierto, con dos ancianas por vecinas que se enseñan fotos de sus cuerpos arrugados en bikini. Para entrar en el wc hay que poner veinte céntimos en una máquina de la puerta y gracias a esto descubrimos la cantidad de españoles que hay en el restaurante, porque nuestros paisanos esperan a que pague el nativo de turno para entrar en tropel antes de que se cierre la puerta. Así somos los españoles, muy nuestros.  Y A no va a perderse la fiesta, claro. Otro café al cuerpo y a correr de nuevo por las rues. Por lo menos ha dejado de llover. O no.

   Llega el momento cumbre del día: el Louvre. Nos parece un milagro no tener que hacer cola. Menos mal, porque ver el museo más importante del mundo en dos horas y media ya es harto complicado de por sí. Despliegue de mapas, cálculo de minutos por planta y a correr. Primera parada: A al wc., lo que se está convirtiendo en un clásico de este viaje. En la planta inferior nos encontramos una exposición de arte moderno que desluce los restos de la fortaleza sobre la que se construyó el museo, por lo que nos la ventilamos en cinco minutos. A continuación una media hora contemplando joyas de la antigüedad: esfinge egipcia, Código de Hammurabi, parte del friso del Partenón, Venus de Milo, Victoria de Samotracia y algunas ninfas y faunos perfectamente esculpidos que me transportan a un mundo de fantasía. Pasamos a la pintura en busca de La Gioconda y me embeleso durante el resto del tiempo con toda la pintura occidental: la francesa de Poussin, Rigaud o Delacroix; la italiana de Caravaggio, Da Vinci o Tiziano; la flamenca de Van Eyck, Van der Weyden o Rubens; y la nuestra, la más admirada en el mundo entero: Goya, Murillo, Ribera, Zurbarán... ¡estoy en el cielo! Anuncian la hora de cierre, y por si no nos dábamos por aludidos, lo repiten en nuestra lengua. Tengo que volver algun día y dedicarle una mañana entera. ¿Dónde está A? Impresionante, ha visitado los wc de cada planta del museo.

   Decidimos volver al Barrio Latino en busca de las tiendas que ayer permanecían cerradas. Eso sí, primero una parada técnica para repostar. En la cafetería nos sirven Café Richard, que no es Nespresso pero sabe mucho mejor que los catados hasta el momento, y unos chocolat chaud que están tan aguados como de costumbre. Hemos tramado la estrategia para el resto del viaje: no tomaremos café si no es de dicha marca y  sólo pediremos lait chaud para diluir nuestro riquísimo Colacao que llevaremos siempre en el bolso. Estómagos calentitos y vejigas vacías, partimos hacias la tiendas en las que ayer no pudimos entrar por ser el día del Señor. Con las prisas A se ha dejado el gorro -¿en el wc quizás?-, pero sólo queda media hora para que cierren los comercios y no hay tiempo para volver a buscarlo. Al final conseguimos llegar y nos vamos sin comprar nada, excepto S, gracias a la que nos llevamos una muestra gratuita: cómo anudarse una pashmina a la parisina. A partir de ahora siempre la voy a llevar así, sin duda, es mucho más chic. Después vamos a la tienda de exquisiteces elaboradas con aceite de oliva y, aunque al principio me parecía una traición a nuestro óleo patrio, la arrasamos entre todos. Para cuando llegamos a la chocolaterie ya está cerrada. Nos parece muy pronto pero, ya se sabe, los franceses son muy suyos. De todos modos, hemos tenido suerte, teniendo en cuenta que hoy, además de nuestra Constitución, se celebra San Nicolás.

   Para acabar la jornada lo mejor es cenar en una crêperie que nos han recomendado. Tampoco cenamos crêpes blancas y éstas, además son sui generis. Consta de una galette, que recordemos es la oscura, que la presentan cerrada y rellena de jamón y queso y sobre esta base reposan los ingredientes seleccionados por el cliente. Raro, raro, raro. Otra cena amenizada con risas y carcajadas. Con los estómagos satisfechos, nos volvemos a nuestro apartamento aprovechando que es teemprano, pues mañana hay que madrugar.

   Una vez en el apartamento confirmamos que no hay acceso a internet desde los móviles. Ya nos lo pareció por la mañana. La contraseña wifi es correcta y da pereza llamar a los de la agencia, aunque ya de paso podríamos pedirles papel higiénico y las almohadas del sofá cama. Después de muchas teorías tecnológicas descubrimos dónde está el problema. Al parecer, anoche C confundió el módem que se encuentra enfrente de su cama con un despertador digital, que es cierto que marca la hora, y decidió deshacerse de su molesta luz a pesar de que no alumbra mucho más que la farola de la calle. Una vez enchufado el modem todo solucionado. El despertador-módem va a dar mucho juego el resto del viaje.

   Duchas, pipís y a la cama. Deben ser las 2:00 am aproximadamente.

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