sábado, 11 de junio de 2011

39+1




   


    Pasó su infancia con la esperanza de que sus padres trajeran al mundo un hermanito con el que jugar a fútbol o a indios y vaqueros, pero lejos de sus deseos se encontró con cuatro  hermanas y la casa se llenó de muñecas cursis con sus correspondientes accesorios cursis. Le gustaba jugar con sus hermanas, sí, pero siempre terminaba el juego reprendido por sus padres, pues los sustos y las luchas no son cosas de niñas y éstas siempre acababan llorando o, en el mejor de los casos, gritando. Consiguió acotar su espacio vital y encerró su independencia en lo que después de cuarenta años sigue llamándose "el cuarto de Fran", a pesar de haber tenido otras inquilinas posteriormente. Era su reducto y sus hermanas siempre tuvieron claro que era el único lugar de la casa donde se requería permiso de acceso.

    Su rebeldía, propia de la adolescencia, la compartió con la edad del pavo de sus hermanas, lo que tuvo que ser difícil, desde luego, pues todo aquél que lo conoce sabe que no le resultaría fácil oír a todas horas conversaciones sobre chicos, moda y otras trivialidades femeninas. Para colmo, las niñas fueron convirtiéndose en mujeres y, haciendo un rápido cálculo, si el mes tiene cuatro semanas, la práctica totalidad de cada año  tuvo que soportar las consecuencias hormonales de todas las féminas de sus casa. Una gran escuela en lo que al ciclo emocional producido por los estrógenos y la progesterona se refiere.

    No era buen estudiante, pero se las apañaba para enseñar a sus hermanas matemáticas o alguna otra asignatura de ciencias. A la vieja usanza, claro, porque a falta de paciencia bien valen unos cogotazos para que la alumna apruebe geometría o aritmética. También aleccionaba a su hermana menor sobre baloncesto, a la que procuraba acompañar a los partidos pudiendo al fin compartir con alguna de ellas su afición al deporte y, ya de vuelta a casa, le reprochaba aquel mal pase o aquella mala defensa, de forma constructiva, por supuesto. Intentó en vano introducirlas en sus gustos musicales, pero ellas eran más cercanas a lo que con sorna llamaba "los 40 criminales" que a sus cassettes de Manowar. Aún así logró que cayeran en sus redes aprendiendo las canciones de Queen, cuyas letras en inglés sólo podían inventar para su desesperación, pues fue el único dotado para los idiomas. No obstante, hubo una canción que les enseñó -también a cogotazos, claro- y caló hondo en todas ellas, pasando con toda seguridad a formar parte de la banda sonora de sus vidas.

    Decidió que quería ver mundo y aprovechó la oportunidad que le brindaba su profesión para salir del nido -casi diríamos olla de grillos-. Primero recorrió la geografía catalana y pronto cruzó la frontera compaginando en Andorra su trabajo con su gran pasión que ha sido siempre la nieve, acabando en Alemania para añoranza de los suyos, quienes con gran alegría lo recibieron cuando decidió regresar, sobre todo sus cuatro hermanas. Ahora, establecido en Barcelona y recuperando sus raíces, ha encontrado al fin su lugar, el que parece ser el definitivo. Ojalá. De estas vueltas que ha dado en la vida da buena cuenta su nombre cuyo abreviaturas narran un trocito de su vida. Pape, Fran, Curro, Frank, Paco, Frasiscou, entre otros, y actualmente Franky, el que más me gusta por ser un reflejo de la vida que empezó a constriurse no hace mucho tiempo y en la que parece haber encontrado la felicidad.

    Allá por donde ha pasado ha dejado grandes amigos, porque su carácter, a pesar de ser un géminis donde los haya, atrapa a todo el que entra en su vida aunque sólo sea de visita. Y hoy, como no podía ser de otra manera, celebra su cuarenta cumpleños rodeado de amistades de los círculos más dispares y de los familiares que tanto lo queremos.


    Felicidades, hermanito.

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